Una limosna para el ego, por favor
Numerosas actuaciones solidarias, aunque voluntariosas, no son más que autosatisfacción para nuestro propio ego, aunque solamente reconocerás la diferencia si realizas un sincero ejercicio de introspección y humildad. Darás peso a esta afirmación preguntándote:
–Cuánta gente lo sabe? -A cuántos les ha llegado la aclamación sobre el gesto solidario que ha satisfecho a mi Yo más aparente?
A pesar de esta cruda exposición no te alarmes demasiado, ya que se trata de una actitud humana y fabuloso recurso que nos encamina, además del placer de la autosatisfacción y placebo por la pena hacia los demás -que no compasión-, a un trabajo evolutivo que podrá ser muy útil cuando tomemos verdadera conciencia, no siendo tan necios como para confundirlo con la verdadera solidaridad, y menos aún con la humildad.
La verdadera humildad no se ejerce. Se és o no se és. Se descubre en base a nuestra experiencia o a la observación de nuestro entorno. Existe y se posee, pero no se practica puntualmente y mucho menos en simbólicos momentos en los que nuestro ego tan sólo lo utiliza para lavar nuestra capa más superficial con el agua turbia de bucólicos mensajes de El Corte Inglés o de la Obra Social de La Caixa. O solo te conmueves cuando hablan estos expertos en marketing?
Recuerda que tu “Marató” empezó el día que naciste.
A diferencia de lo que la mayoría piensa, el concepto de humildad no está reservado para los que consideran ricas sus posesiones y sienten pena por los menos agraciados. Éstos, en un disimulado esfuerzo procuran satisfacer su conciencia mediante un gesto o “auto-bula” ejerciendo lo que hoy día tanto vende a nuestra apariencia sobre los demás: la falsa solidaridad. Nada más lejos de la humildad.
La humildad reside, indistintamente del estado, en cualquier situación o posición social, por lo que también será humilde aquel que crea encontrarse en una situación inferior pero que no sienta envidia, codicia, ira o insatisfacción al observar otras situaciones aparentemente más agraciadas que la suya. La humildad también se aprecia en aquel que discierne, en su aparente contrario, el acercamiento y la riqueza de la sabiduría que desconocía de él. La humildad la sentimos al ver en la más ínfima existencia un amor tan grande como el que tú puedas sentir. En caso contrario, descubrirás que el orgullo tampoco tiene distinciones, cegando tu vista y atando tus manos.
Ponte a prueba…
Puedes, entre otros muchos modos, conocer la Humildad si eres capaz de realizar una obra justa, la cual no debes confundir con el cómodo gesto de meter la mano en el bolsillo o desplazarte a Cáritas estas Navidades; me refiero a un proyecto justo independientemente de la época del año; estos proyectos no son necesarios en un tiempo determinado sino cuando realmente eres necesario. Si observas con detenimiento esto ocurre en cualquier parte y a cualquier hora, solo debes estar atento. Una vez escogida la causa, dedica tu alma en ella hasta las máximas consecuencias y ahora viene la clave de este Trabajo en tan solo son dos palabras: amor y anonimato. Hazlo con total entrega y dedicación, es decir, siéntelo desde el interior sin buscar nada a cambio, y sobre todo nadie, nunca, debe ser conocedor de tu gesto. Tan solo reflexionarás a lo largo de tu vida, no sobre lo que hiciste, sino por qué, y deberá formar en adelante parte de tu actitud, en el silencio del aprendiz y de la verdadera humildad. El día que lo expliques, aunque no des detalles, ese Trabajo y prueba para ti dejará de ser un acto humilde para engradecer de nuevo a tu orgullo.